Aquel edificio había pertenecido siempre al pequeño pueblo de Ledries. Era tan solo una pequeña casa construida en piedra en la que nadie vivía ya, más que un puñado de arañas y algún que otro vagabundo afortunado que pasaba allí una o dos noches antes de continuar su camino hacia un futuro incierto.
Sin embargo hacía unos cien años, cuando aquella casa había
sido construida, rezumaba de vida. Fue construida por una pareja deseosa de
tener su propia casa. Su realización duró tres largos años que pasaron
eufóricos ante la expectativa de un pequeño hogar que cada día iba creciendo
más gracias al sudor de sus manos. La pareja vivía feliz planeando su futuro
sentados debajo de un castaño del cual actualmente solo quedaban ramas secas.
Cuando la casa estuvo finalizada, la pareja se mudó allí y
comenzó a arreglar el interior. Comenzaron banales discusiones sobre el color
de las paredes o el amueblado perfecto, pero todo transcurría tranquilo en su
pequeño nidito de amor.
Tras varios años, siendo la casa parte de la pareja, nació
un pequeño niño que fue recibido por lágrimas de alegría y nuevas expectativas
del futuro; era un nuevo comienzo. La nueva familia vivió felizmente durante
muchos años. El bebé fue creciendo hasta convertirse en un niño sonriente y
pecoso que pasaba sus tardes jugando en el pequeño patio delantero en el cual
habían colocado un columpio para gozo y disfrute de su hijo. La pareja se había
distanciado un poco por culpa de sus atareados trabajos, y la cocina había sido
pintada de azul, pero por lo demás nada había cambiado.
Poco tiempo más tarde, otro miembro más se unió a la pequeña
familia. Por esta razón, tuvieron que agrandar la casa para añadir una pequeña
habitación pintada de rosa que provocó problemas económicamente y peleas algo
más duras y prolongadas.
La pequeña niña creció junto a su hermano, y llegó a la
etapa adolescente, en la cual dio muchos más problemas que su hermano mayor,
como no dejaban de repetir sus padres. Tras varias peleas y encontronazos con
la policía, cumplió los diez y ocho años y se fue de casa junto con su pareja,
dispuesta a vivir la vida. Sus padres quedaron destrozados y su primogénito
decidió posponer sus planes de huida a la ciudad para no darles otro disgusto
tan seguido. Sin embargo, un año después, el joven hombre decidió emprender las
riendas de su vida y marcharse a formar su propio futuro.
La pareja volvió a encontrarse sola de nuevo. Ahora los
silencios eran mucho más pesados y se escuchaban los ecos de lo que había sido
anteriormente una casa llena de risas.
Comenzaron a centrarse cada uno en sus propias actividades
para intentar acallar el dolor de la pérdida de sus hijos, y poco a poco fueron
recuperándose de ello, aunque el lazo que los unía no era el de antes.
Los años pasaron y la vejez comenzó a llamar a su puerta, y
los días se volvieron monótonos. La alegría volvía de vez en cuando, cuando sus
nietos venían de visita e inundaban la vieja casa de vida.
Comenzaron a notar los síntomas del envejecimiento cuando el
marido sufrió un ataque de corazón del que se recuperó a duras penas. Pero se
tenían el uno al otro.
La vida pasaba fuera de la casa. El verano, el otoño, el
invierno y la primavera se sucedían velozmente, en un círculo interminable. Las
canas eran más presentes, el dolor de espalda, más fuerte, y pasaron a tener
algún que otro nieto.
Y un día, todo aquello se acabó.
La Muerte entró sin previo aviso y acogió con dulzura los
cuerpos de la pareja.
Nadie quiso volver a oír sobre aquella casa. Demasiados
recuerdos se agolpaban en las cabezas de todos ellos, y querían eliminarlos
cuanto antes. Era mucho más fácil ir de vez en cuando al cementerio a rendir
tributo que vivir en una casa en la cual el alma de la pareja se escondía en
cada rincón.
Y así la casucha fue abandonada a su suerte, hasta que el
alcalde del pueblo decidió que su estructura no era la adecuada para los
edificios que quería construir, y la casa fue derrumbada.
Sin embargo, la decisión de construir aquellos edificios se
vio imposible de realizar por falta de presupuesto y por cambios en el
gobierno.
La maleza comenzó a cubrir los restos y no fue hasta quince
años más tarde, que una pareja decidió construir una casa en aquel páramo desierto.
Desde entonces, los restos de la casa son visitados de vez
en cuando por una feliz pareja deseosa de ver como se construye su nueva casa.
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