Entrecerrando los labios alrededor del cigarrillo, Amanda
aspiraba el suave aroma que ella vinculaba al único momento libre del día.
Intentaba que este vicio no se volviese una adicción, sin embargo era difícil
vivir sin esa placentera sensación que le daba aquella droga. Tenía
perfectamente en cuenta que este pequeño placer le estaba provocando pequeñas
arrugas en el rostro que la hacían aparentar mucho mayor de lo que era
realmente. Sin embargo, el aire de elegancia que le aportaba a su delgado y
esbelto cuerpo, era un beneficio que ponía siempre por delante. Incluso cuando
personas de su entorno le hacían referencia a lo demacrada que parecía su cara,
llamándola la atención sobre su posible adicción cuando ella salía presurosa
del lugar en el que se encontrase para consumir su preciado tesoro o (solamente
los más cercanos a ella y los más valientes) que sus antes esbeltos pechos,
comenzaban a peligrar.
Sin embargo ella ignoraba los comentarios, atribuyendo todos
esos factores al trabajo. “En cuanto acabe con este maldito trabajo, me
centrare en dejarlo. Hasta entonces, dejadme en paz de una maldita vez” Era una
frase que solía repetir a menudo cuando sus compañeros la presionaban, alzando
altivamente la cabeza. Quizás lo decía más para ella que para el resto.
El trabajo. Todo era culpa de ello. Amanda era una mujer
mucho más elegante y valiosa que todos aquellos que estaban en la empresa con
ella. No eran más que una panda de incompetentes que a la mínima salían presurosos
en busca de ella, como si fuesen niños asustados en busca de una madre que les
solucionara todos sus problemas con una gran sonrisa. Pues bien, así no era
ella. Y no pensaba cambiarlo por una panda de niñatos ignorantes. Aquello la
ponía nerviosa. Hasta el punto de comenzar embravecidas discusiones con todos
ellos, pensando que así no la volverían a molestar. Pero se equivocaba y la
cosa continuaba en un terrible círculo vicioso.
Ella quería salir de allí cuanto antes. Irse con su paso elegante
que todo el mundo odiaba (seguramente por envidia) y enseñarles de una vez lo
que pensaba de todos ellos, ya que al parecer nadie lo entendía. Quizás podría
quemar el edificio. Así seguro que la recordarían.
Amanda apagó el cigarrillo aplastándolo contra el murillo, y
se dirigió hacia el gran edificio mientras metía sus manos en los bolsillos,
intentando entrar en calor y resoplando por la expectativa de lo que tenía que
aguantar en cuanto entrase allí dentro.
Sería mucho más fácil irse de allí y dejar tras de sí un
simple rastro de tabaco y las huellas de sus altos tacones. Que les jodan a
todos.
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